25.1.08

Caminos que se multiplican al paso de las horas, marañas ortogonales, laberintos de hormigón y acero, que en su interior albergan a jefes, gerentes, empleados, limosneros y toda esa gente con aires de ciudad.
Pero habían pequeñas gentes también. Gente astiada de no encontrar los caminos de vuelta a sus casas dentro de las ciudades. Gentes que no necesitaban sacos de cementos para armar fortalezas.
Esta era gente astuta y llena de vida que no comprendía estos bloques que tocaban el cielo y que hacían desaparecer la tierra y el agua con sus enormes cimientos...no comprendían por que no querían comprender.









Al finalizar la jornada muchos se confundían y no lograban hacer calzar los juegos que componían los caminos que los devolvían a sus casas. Entonces emigraban.


A partir de caminos hechos por la huellas de estas gentes empezó a crear su trazado. Caminos obligados solo por la incertidumbre del vagaje itinerante. Caminos de agua y tierra que se fueron moldeando como la arcilla, delimitando montañas de escombros citadinos.
Los recién emigrados se instalaban, entonces, delimitados por los senderos recién nacidos.

Si había sol tejían mallas con hilos de ropas que encontraban en las basuras.
Si llovía armaban techos con latas y maderas recicladas de los escombros.
Fuertes mantos multicolores con bolsas de grandes tiendas firmemente tensados ondulaban protegiendo del viento.

Así, cuando una necesidad surgía, ellos rápidamente encontraban en los escombros de la ciudad la solución.